martes, 4 de mayo de 2010

El Amazonas.

Amazonas constituye una imponente exageración de la naturaleza. Su cuenca, del tamaño de media América Latina, forma un universo de cumbres, bosques y ríos tributarios en el que conviven humanos y animales, y en donde la vegetación y el agua nutren a nuestro enfermo planeta de una gran porción del oxígeno que precisa para sobrevivir. El Amazonas no es, ni mucho menos, un paraíso, sino que antes bien se asemeja a un infierno.




La vida de quienes pueblan las alturas andinas, las orillas de los ríos, las poblaciones y las junglas casi inexploradas del interior nunca es fácil. Las enfermedades, las picaduras letales de los insectos y de ofidios pavorosos, la explotación laboral, los problemas que genera el tráfico de drogas y la miseria endémica hacen que la esperanza de vida de los seres humanos en una buena parte de la región se sitúe en una media que ronda los 50 años, y que para los indios es de 42. Los fuegos y las talas indiscriminadas provocan cada año la deforestación de decenas de miles de hectáreas. El pulmón de la Tierra tose y se ahoga. Quien conoce la Amazonia sabe bien que esa portentosa fuente de vida es al mismo tiempo una implacable generadora de muerte.


La selva amazónica se desarrolla alrededor del río Amazonas y de su cuenca fluvial. Las altas temperaturas favorecen el desarrollo de una vegetación tupida y exuberante, siempre verde. El título de el Pulmón del Planeta que ostenta la Amazonia no es metafórico ya que mantiene un equilibrio climático :los ingresos y salidas de CO2 y de O2 están balanceados. Los científicos ambientalistas concuerdan en que la pérdida de la biodiversidad es resultado de la destrucción de la selva, y que se evidencia con la aparición en el área del Caquetá a un sistema anterior del bosque selvático en el cual se utilizaron suelos de forma permanente “tierras pretas” gracias a su progresivo abono y por lo que así evitó las migraciones.

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